SHURA

Marcela Torreblanca

 

El sol clavó sus puñales

Y las frutas sangraron

Y brotaron verbenas y hongos de su piel

Y sus entrañas se tornaron follaje y florecieron...


I

Se detuvo. Tiesa. Agazapada.

Esperando,

Con sus ojos hastiados de amarillo,

Que se posara ante ellos

La quietud del vuelo de algún pájaro.

II

Todos los colores del picaflor

Pueden ser devorados

Por la pasión de las madreselvas,

Por la arrogancia de las briosas espuelas de caballero,

O por la envidia de los desteñidos helechos.

Todos los colores del picaflor pueden esfumarse

Como a través de una brisa húmeda

En la tormenta,

O en el relámpago de un zarpazo.





III

Amaneció el sol atrapado en una gota de agua.

La lluvia había olvidado perlas sobre los corales.

Por dentro de la niebla espesa huyeron sus huellas,

Y quedó sin su sombra, sola, mirándome desde la nada.

El cielo se partió como una naranja

Y se derramó húmedo por el musgo. Resbalando

Sobre su cuerpo oculto. Renaciendo.

IV

En la sincera angustia de un tiempo inerte,

Gobernado por atardeceres,

Amaneció la mañana:

Una luz de sangre,

Vida.

Sangre caliente y vida.

Como un sonoro movimiento de la materia,

El compás de la vida:

Rojo y sol,

Agua y sangre.

Como violines de azahar:

Aire y latido. Vaho del mar.

Siempre la vida,

Como dentro de la muerte. Renaciendo.

En la melancolía dulce amarga de otoño. Renaciendo.

Y de sus ojos emergieron soles,

Y verbenas rojas fueron su nuevo pelaje...

 

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